Un adiós obligado, una despedida que jamás querría hacer

No sé muy bien cómo se empieza una carta de despedida. Quizá la mejor manera sea describiendo la relación que, con Josep Lluís López, he mantenido hasta la semana pasada.

Todo comenzó con la visita de su padre a mi despacho; me ofrecía servicios que, hasta entonces, he estado utilizando. Su padre, un hombre pequeño, risueño, de la broma y muy preocupado por su trabajo, siempre me ha tratado con un respeto que, quizá, nunca he merecido. Puntual y trabajador hasta que un infarto lo paró de golpe. Lo sacudió de tal forma que, su hijo, Josep Lluís, tuvo que hacerse cargo de todo.

Des de aquel momento, la presencia del hijo ha estado presente en muchos de los proyectos que nosotros desarrollábamos; fue una pieza clave en el crecimiento de una importante parte de nuestro negocio, ya que la confianza que me ofrecía no se alejaba demasiado de la que pudiera ofrecerme un colaborador propio, de la casa.

Jamás, en estos últimos 25 años, tuvo un “no” para mí.

Fuera de horarios, fuera de la ciudad, asumiendo y resolviendo con brío cualquier obstáculo que pudiera presentarse. Nunca tuvo un “no” para mí.

25 años son muchos y es inevitable que se desarrolle una relación de amistad. ¿Cómo podría negársele a una persona como él? Confesiones de madrugada, descripciones de problemas familiares, conversaciones sobre el exceso de responsabilidad que acarreaba, lamentos sobre conflictos matrimoniales o la maldita crisis. Casi sin darte cuenta, te das cuenta de que esa persona ya no es un desconocido para ti; tras su sonrisa fácil hay una persona buena, que sufre por los suyos y se preocupa siempre por los demás. Nunca tuvo un “no” para mí.

La semana pasada bromeábamos por vídeo conferencia mientras trabajaba con mi gente en mi despacho. Yo aquel día no estuve. Sin saberlo, aquella era la última ocasión que tendría para apretarle la mano y agradecerle lo mucho que nos había ayudado.

Esta semana, un golpe seco nos llegó cuando, sin aviso ni permiso, el corazón de Josep Lluís dijo “basta, hasta aquí he llegado”. Ni tan sólo a su corazón fue capaz de darle un “no, ahora te esperas que tengo mucho que hacer”.

Nunca tuvo un “no” para mí. Para nadie, de hecho. Aunque a su corazón sí tendría que haberle dedicado un “no”.

La muerte marcha junto a nosotros, cada día, nos acompaña silenciosa observando lo que hacemos y cómo lo  hacemos. Está ahí omnipresente, como una invitada no deseada pero necesaria para cerrar el ciclo de la vida.

Debería decir que es injusto, debería decir que la gente buena como Josep Lluís tendría que recibir a la muerte sólo cuando los días y las noches ya no tienen ningún sentido más allá que sobrevivirlas. No ha sido así. Sólo 52 años y un montón de proyectos que empezar y acabar; unos hijos que ya no podrán disfrutar de un padre que se dejó la piel para tenerlos y criarlos y unos padres que lo llorarán sin comprender el porqué de esta marcha, de todo.

No sé muy bien cómo se acaba una carta de despedida hacia una persona querida, quizá debería preguntárselo a él, él que nunca ha tenido un “no” para mí.

“Sant Cugat del Vallès, els darrers diez de l’hivern”.

 

Miguel Ángel López Colillas, CEO de Colillas Branding

Compartir en: